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La disciplina del Talmud

por - 7 Kislev 5775 (nov 29, 2014)
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Es muy fácil amilanar a un iletrado, pues confunde el lenguaje
con el pensamiento. Los políticos, acostumbrados no a usar el lenguaje,
sino a ser usados por éste, pocas veces piensan y pocas veces acuerdan
entre ellos. En toda negociación siempre hay un problema, a saber: la
conjunción de las representaciones, que siempre son diferentes en cada
persona.


El diálogo sirve para afinar las representaciones, para lograr
fugaces consensos lingüísticos, y no para armonizar sentimientos, como
lo hace el vulgo. Todo dialogante honesto echa mano de un como “élan”
bergsoniano, consistente en poner sobre la mesa, además de sus palabras,
las representaciones que signa con sus palabras. Pocas personas se
atreven a sacar a la luz sus representaciones, pues en ellas cualquiera
puede leer nuestros verdaderos orígenes mentales.




El
puro uso del lenguaje, así, ha llevado a judíos, musulmanes y
cristianos a la “predicación analógica”, y a los jurisconsultos a la
“interpretación analógica”. Si un judío quiere explicar las enseñanzas
de Moisés a un cristiano, siendo Moisés para el judío máxima figura, a
buen seguro imaginará, al hacerlo, una voz que secunda a la Divinidad;
para el cristiano, en cambio, la voz de Moisés no será segunda, sino
cuarta o tercera en importancia después de la voz de Jesucristo.


Representación es lo que hay entre el objeto y la palabra que usamos
para señalarlo. Cuando las representaciones de dos hombres no son
conciliables devienen cuatro posturas mentales típicas del individuo
moderno, iletrado, y son: el escepticismo, el ateísmo, el deísmo y el
politeísmo. La incredulidad, la negación, la imaginación y la
multiplicación de entidades antes alejan a los pueblos que los juntan,
pues nada se puede construir sobre la Nada ni con fantasmas. Ateos,
deístas, etcétera, son presas fáciles de cualquier ideología.


¿Qué es ideología? Es una idea hecha dogma. Dogmático es quien tiene
más respuestas que preguntas. Platón, que creía que había ideas
primigenias, celestes, no demarcó con minucia la diferencia entre género
y especie, lo que lo convirtió en un ideólogo, en un hombre dogmático
armado de una respuesta, la gran Idea, para todas las preguntas
(Sócrates también fue ideólogo, pues estibó su Ser sobre la Nada).


Retomando un pensamiento de Wittgenstein contenido en sus
“Observaciones” recordemos que no hay que confundir lo gramatical con lo
psicológico. El rojo, el verde, el amarillo, en fin, los colores, son
“hechos” mentales gramaticales, mientras que los matices, los semitonos,
el azul cielo, el verde agua, son “hechos” mentales psicológicos.


La Idea platónica nació, por ejemplo, de un “hecho” gramatical, es
decir, de una representación nítida, clara, perspicua, “ideológica”,
causal, “hecho” que dio pie al nacimiento de muchos agoreros. Grandes
favores deben los cabalistas a los platónicos, neoplatónicos y
pitagóricos. Pero el pueblo judío, sobre todo después de Scholem, mucho
se cuida de caer en las trampas de la ideología recordando que el
“Levítico” lo conmina para que no sea agorero ni intérprete de sueños.


El “Talmud” parece irracional, diluyente, o que da saltos jamesianos,
porque no se rige por lo gramatical, sino por lo psicológico. El
“Talmud”, con el diálogo, con la pregunta constante, perenne, matiza los
misteriosos versículos de la “Torá”, los humana y los sublima.
Ejemplifiquemos con unas líneas del “Éxodo” (33: 13) que dicen: “Ahora,
pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora
tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos”.


Una lectura gramatical o literaria haría del versículo cosa
ininteligible. Pero Maimónides, en su “Guía de los perplejos”, da
sentido humano a la palabra “camino”, que dice significa “atributos”.
¿Cuáles o cómo son los atributos divinos? ¿Pueden clasificarse como se
clasifican los colores? No, por cierto. Los atributos divinos necesitan
de la analogía para ser someramente sentidos. La semejanza, que viciosa
para en metáfora y que virtuosa para en comparación crítica, es
analogía. Milton comparó el escudo de Satán con la Luna, parangón que
hizo decir al gran Johnson, ya ideologizado, con la mente poblada de
representaciones nítidas, inadecuadas para meditar lo divino, que el
autor del “Paraíso perdido” nos lleva con su arte hasta el mundo de la
tecnología, del telescopio.


Los faltos de fe, los que no toleran la falta de imágenes, de
gramática, de ideología, acaban en el escepticismo y demás vertientes.
La tradición talmúdica, sabedora de tales reacciones humanas, procura
educar las cabezas para que puedan aprehender en lo particular lo
general o en el rostro del otro el rostro de lo divino. Levinas,
hablando de la otredad, cita en su libro “Humanismo del otro hombre” el
“Talmud de Babilonia” (“Tratado de Aboth” 6a), que dice: “¿Si no
respondo de mí, quién responderá por mí? Pero si sólo respondo de mí,
¿aún soy yo?”.


Levinas, lector agudo del “Talmud”, en su obra “L´au-delà du verset”
escribió: “The great power of Talmudic casuistry is to be the special
discipline which seeks in the particular the precise moment in which the
general principle runs the risk of becoming its own opposite, which
watches over the general from the basis of the particular. This
preserves us from ideology. Ideology is the generosity and clarity of a
principle which did not take into account the inversion stalking this
generous principle when it is applied or, to come back to image
mentioned a moment ago: The Talmud is the struggle with the Angel”. San
Agustín, en el libro VII de sus “Confesiones”, da gracias a Dios por
haberlo hecho leer antes a Platón que a la Biblia, que lo dejó avisado
de las ideologías paganas (“altanería”, “orgullo”, dice).


En palabras más sencillas, pobres, humanas, Levinas quiere decirnos
que el talmudista nos muestra cómo pensar en el color rojo, por ejemplo,
sin usar la palabra “rojo” y sin usar, por ende, toda la gramática de
los colores que rodea a dicha palabra, gramática hecha de signos como
“ardor”, “calor”, “amor”, “sangre”, “pasión”, etc. El rojo, así, tras
largas meditaciones talmúdicas se aleja de cualquier ideología o
lenguaje, y rompe sus cadenas sintácticas, y expandiendo sus matices con
libertad suma queda solo, en puridad. Y tal pureza es uno de los
infinitos atributos divinos.




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